Elijah and The Wind, para ensemble de flautas

En el Libro de los Reyes, en el Antiguo Testamento, se narra la historia del profeta Elías y lo que sucedió después de que matara a 450 sacerdotes que no creían en el mismo Dios que él.

Les acababa de demostrar, mediante manifestaciones extraordinarias, que su Dios podía hacer cosas que sus dioses no podían. Y tras demostrarlo, los mató a todos, uno por uno, con su espada.

Después de esta matanza, Elías sintió miedo. Él, que había sido capaz de invocar el poder de su Dios a través de señales asombrosas, no podía enfrentarse a una mujer que amenazaba con matarlo. Así que huyó al desierto y se rindió. Le rogó a su Dios que lo dejara morir.

Tras debatir consigo mismo sobre si continuar, Elías finalmente oyó la voz de su Dios, quien le preguntó:

“¿Qué haces aquí, Elías?”

Entonces Dios le dijo que fuera a una montaña, porque allí se le aparecería.

Y el texto dice:

El Señor dijo: “Sal y ponte en la montaña delante del Señor, porque el Señor está a punto de pasar”.

Entonces un viento fuerte y poderoso partió las montañas y quebró las rocas delante del Señor, pero el Señor no estaba en el viento.

Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto.

Después del terremoto vino un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego.

Y después del fuego se oyó un suave susurro.

Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con su manto y salió y se puso a la entrada de la cueva.

Entonces una voz le dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?”.

El simbolismo de este pasaje me ha inquietado desde la primera vez que lo leí. ¿Fue el mismo Dios que habló en un susurro quien «hizo» que Elías matara a todos esos sacerdotes? ¿O fue simplemente otro acto humano cometido en nombre de algún dios, una manifestación más de nuestros deseos más oscuros?

La imagen de un Dios todopoderoso que no se manifiesta en grandes ostentaciones de poder, que no se revela a través del espectáculo, sino que habla con dulzura a quienes están dispuestos a escuchar —incluso a un asesino— siempre me ha cautivado.

Este texto, con sus infinitas capas de significado, me ha acompañado a lo largo de mi proceso creativo. Creo que esta pieza, de alguna manera, intenta expresar esos mismos contrastes presentes en la historia.

No es fácil para nosotros, como flautistas, explorar los extremos del sonido —expandir y distorsionar la idea de “tono puro”— y, en la misma obra, tocar con la máxima delicadeza.

Aquí, las técnicas extendidas no son meros efectos, sino partes esenciales de la obra misma.

La tarea consiste en buscar estos extremos en conjunto: en cada intérprete, en el diálogo de cámara, en la poderosa masa sonora que podemos crear, y también en las frágiles “nubes” que podemos alcanzar con el mismo instrumento.

Victor Somma

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